Bioética y embarazo ectópico

embarazoectopicoEn el mundo occidental se producen cada vez más casos de embarazos ectópicos. Son aquellos embarazos en los que el cigoto se implanta en un punto previo, en su camino desde los ovarios hasta el útero. En un 98% de los casos, se implanta dentro de las trompas de Falopio, aunque también lo puede hacer en el abdomen o el mismo ovario. Si logra anidar en las trompas, según empieza a crecer y desarrollarse, provoca que estas estallen, causando hemorragias internas severas, que pueden comprometer la vida de la mujer.
Puede que este fenómeno anómalo se deba a la protesta de la Naturaleza cuando los hombres tratamos de violentarla: En efecto, cuando es el momento de tener hijos, tratamos de evitarlos. Y cuando ya no se pueden tener, entonces intentamos tenerlos por todos los medios posibles. Para eso recurrimos a diversos fármacos que alteran el ciclo natural. En algún momento la Naturaleza termina pasando factura.
La mortalidad de la mujer debida a un embarazo ectópico ha ido disminuyendo según se han ido mejorando las técnicas de diagnóstico. Sin embargo, me parece que esta cifra positiva se debe en parte también al hecho de que precisamente ese diagnóstico precoz ha facilitado la eliminación temprana del embrión, solucionando así el problema de raíz.
Lo cierto es que los embarazos ectópicos suponen cada vez un problema menor dentro de la Medicina. Una secuela del embarazo ectópico es precisamente una disminución de la fertilidad en la mujer que lo ha padecido, al quedar afectadas las trompas de Falopio. Y ello hace que los ginecólogos se esfuercen, no solo por salvar la vida de la madre sino también por aplicar técnicas microquirúrgicas y farmacológicas que favorezcan la fertilidad posterior de las mujeres afectadas.
Cuando ante un caso de embarazo ectópico, al médico se le presenta un cuadro de hemorragia intrabdominal, no cabe duda de que el embrión ha roto las trompas. En este caso se puede dar por segura la muerte del embrión, por lo que se procede a extirpar sus restos junto con la trompa perforada y sangrante. Pero como las técnicas diagnósticas avanzan cada vez más, hoy ya resulta posible la detección del embarazo ectópico antes de que este manifieste sus síntomas y haya llegado a convertirse en problemático.
¿Cómo actuar ante una confirmación de semejante diagnóstico? Ya sabemos que muy probablemente el embrión no llegará a nacer vivo, y que en el curso de su desarrollo podrá llegar a causar complicaciones a la madre, hasta el punto de poder llegar a provocarle en algún caso la muerte. ¿Dejamos que el embrión siga su curso, y que se produzca el fatal desenlace? La práctica médica no lo hace así. Dado que es evidente que el embrión no es viable, para evitar complicaciones y permitir la ulterior fertilidad de la mujer se aplican procedimientos farmacológicos y quirúrgicos, por laparotomía e incluso también por laparoscopia con el objetivo de eliminar al embrión problemático, antes de que llegue a manifestar los problemas.
El fundamento que se sigue para tal actuación es el principio bioético de doble efecto (mal entendido), según el cual, una acción puede tener, además del efecto pretendido, otro efecto indirecto, que es una consecuencia no querida ni como fin ni como medio, pero que se tolera porque está íntimamente ligada a lo que se busca directamente. Así, el efecto que se pretendería en este caso (salvar la vida de la madre) tiene una consecuencia indirecta, no pretendida ni como fin ni como medio, que es la muerte del feto.
Que me perdonen mis lectores, pero a mí me cuesta entender que se pueda afirmar alegremente que la muerte del feto no es pretendida como fin ni como medio. Porque en la práctica no es así: Se va directamente a liquidar una vida humana que se implantó en un lugar equivocado, como medio para evitar problemas a la madre y no limitar sus posibilidades reproductivas en el futuro. Cuando se acaba con él, su existencia todavía no es una amenaza para la vida de la madre. Aunque puede potencialmente llegar a serlo. Son muchos, no obstante, los que opinan que no es necesario que el embrión ectópico muera (al destruir la trompa) para que sea lícito extirparlo.
Según esta teoría, el mero hecho de su existencia, y de que como consecuencia de su incorrecta implantación, la pared tubárica esté adelgazada, supone en sí mismo una amenaza para la vida de la madre, que justificaría la extirpación del embrión ectópico en lo que se denomina un aborto “terapéutico” (para salvar la vida de la madre). Lo cual estaría, por tanto moralmente justificado en virtud del mencionado principio bioético de doble efecto ya que se pretende un fin bueno (la salvación de la madre) que tienen como consecuencia no deseada la muerte del feto.
El embrión ectópico sería equiparable, por tanto, a un tumor maligno que debe ser extirpado antes de que llegue a desarrollarse, para poder así salvar la vida de la madre. Y eso es precisamente lo que me parece supone un ataque frontal a la dignidad humana, cuya vida no puede ser considerada un mal en potencia por el hecho de que el embrión, sin culpa alguna por su parte, haya anidado en un lugar incorrecto y limitante para su normal desarrollo.
La vida humana debe ser respetada desde sus orígenes, como afirma la declaración de Oslo de la Asociación Médica Mundial. Tal respeto es exigible, con independencia de que las expectativas vitales sean de decenas de años o de días. Y con independencia de que su vida transcurra a la luz del día o en la oscuridad del vientre materno. Y en este último caso, con independencia de que haya anidado en el lugar correcto (el útero) o incorrecto (la trompa de Falopio).
No respetar este principio supone permitir, utilizando exactamente los mismos argumentos, el asesinato de enfermos terminales, de niños nacidos con graves taras o de enfermos incurables: Si se considera éticamente correcto adelantar la muerte del que ya está irremediablemente condenado a morir en poco tiempo, nadie se encuentra entonces a salvo.
Pues lo único cierto es que todos vamos a morir, antes o después. Por eso me parece que lo correcto, en estos casos, es el tratamiento expectante, de un estricto seguimiento del embarazo, sin recurrir a las técnicas invasivas o farmacológicas que pretenden la muerte del embrión, en tanto que está vivo y su desarrollo no compromete la vida de la madre. Porque además, la mayor parte de los embarazos ectópicos mueren y se reabsorben solos, sin necesidad de intervenir.
Lo contrario, la inyección preventiva de metotrexato para impedir la síntesis del ADN del embrión, provocándole así la muerte, me parece una manifestación evidente de una mentalidad utilitarista, que considera el embrión como un instrumento suprimible en aras a otro bien superior (la vida y la fecundidad futura de la madre).

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