El fin del mundo y otras maravillosas ignorancias

Por: Lucho Cuervo | El Salvador

No se acabó el mundo el pasado 21 de diciembre. Tampoco se acabará hoy. Basta y sobra con que se acabe el año 2012 y comience otro, inquietante para los supersticiosos, porque viene adornado con el fatídico número trece.

La Biblia dice que “el número de tontos es infinito”. Con el baktun de los mayas, con su falsa visión apocalíptica, o con su presunto comienzo de una  era gloriosa, han conectado y creído un buen lote mundial de ese número bíblico. Tanto es así que la NASA, el Vaticano y algunos verdaderos expertos en la cultura maya se apresuraron a declarar que el mundo no se acabaría en esa fecha.

Se añade a ese triste recuento de ilusos el número de los ignorantes que son atrevidos. Así, por ejemplo, cuando un columnista de otro periódico escribe que conocemos poco de los mayas “pues todo fue destruido por los conquistadores españoles”. La realidad es que la genuina cultura maya ya había desaparecido mucho antes de la llegada de los españoles. El relativo misterio sobre la causa de la ruina total  de su esplendorosa civilización orienta a causas semejantes a las que acabaron con otras culturas europeas y asiáticas: la corrupción moral de sus gobernantes. Los conquistadores no conocieron ninguna de las grandes ruinas mayas ya cubiertas siglos antes por espesa selva. Por eso la mayoría, como Tikal, fueron descubiertas en vuelos aéreos y sólo en pleno siglo XX.

Ese columnista adorna su error con otro  delirante al afirmar  como posible que los mayas “hayan recibido ayuda informática de los extraterrestres, que nos han visitado desde el inicio de la historia de la humanidad”.  Sin comentarios. Y termina su sorprendente discurso con una muestra de “indigenismo” a ultranza diciendo: “Debemos estar orgullosos de que nuestros antepasados fueran habitantes con un gran desarrollo…” Antepasados ¿de quiénes? ¿de los salvadoreños? Es cierto que en esta falsedad está acompañado con otros muchos ignorantes. Por ejemplo cuando en el mismo periódico se titula un reportaje sobre el final de ese ciclo maya escribiendo: “Cuando Baktun XIII acercó a los salvadoreños a sus orígenes.” Disparate menor que el de los extraterrestres, pero disparate al fin.

Ni los salvadoreños son descendientes de los mayas, ni tampoco lo son la mayoría de esas comunidades indígenas de Guatemala que no hablan español y siguen viviendo aislados en su  cultura ancestral. Gente con ADN predominantemente maya, claro que sigue habiendo, especialmente en el Yucatán, pero eso es otra cosa.

Si con todo el teatro organizado con el final del Baktun XIII hubo ganancias para el turismo, bien está el montaje. Pero la historia de El Salvador es otra cosa y comienza con el mestizaje entre indígenas y conquistadores –españoles, tlascaltecas, etc.-, con la religión católica, el idioma castellano, y el renacimiento y el barroco hispanoamericanos, diferentes del español y superior  a él en muchas de sus obras.

En el periodo mal llamado “colonial”  -las Indias no eran colonias, como bien lo demuestra Ricardo Levene en su obra del mismo título- es precisamente cuando se forja aquí un nuevo pueblo: el salvadoreño y su independencia de España lo termina de delinear con perfiles propios.

A punto de entrar en un nuevo año, siguen presentes otros viejos mitos tales como la cantinela del “calentamiento global” mientras en el hemisferio norte la temperatura desciende a varios grados bajo cero y la nieve paraliza

 aeropuertos. Otro mito es el de los planetas habitables, ingenua ilusión de conquistas imposibles. Ahora se entusiasman con la estrella Tau Ceti y los planetas que la rodean, alguno de ellos “posiblemente” habitable, al que se podría llegar en un vuelo de sólo 12 años; eso sí, viajando… ¡a la velocidad de la luz!

¿Año nuevo, vida nueva? Nueva sería si viniera con un ambicioso y realista programa de educación nacional para todos, educación especialmente en humanidad, en civismo y en virtudes morales.

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