Primer año del resto de mi vida

Por: Mauricio Cornejo |  El Salvador

Carmen y Mauricio

Estando ya por cumplir un año de casado, es muy difícil tratar de transmitir algo que a lo mejor matrimonios más avanzados puedan considerar como interesante, edificante, innovador…  Pero en algo en lo que sí creería que puedo aportar es en recordar, reafirmar y compartir aquel espíritu enamoradizo y luchador que tenemos las parejas de corto recorrido, y que expreso en las siguientes líneas.

Dentro de las pequeñas remembranzas del “primer año del resto de mi vida” junto a Carmen -mi esposa-, se me vienen a la mente ciertas frases claves, consejos y advertencias que marcaron y definen mi ser –esposo-, pasando por el «casi natural» miedo a emprender algo por tu propia cuenta y que esto no solo dependa de ti, sino dependa de algo más y de alguien más. También de los primeros días fuera del hogar de tus padres, del aprender y el desaprender cosas tan comunes y necesarias como hacer limpieza, cocinar, lavar ropa, platos y cualquier otro que hacer inimaginable; cariños, discusiones, pláticas y reconciliaciones…  hasta el temido mundo rutinario, de acostumbrarse a la otra persona… de hacer rutina el matrimonio.

Cuando uno se encuentra parado ante el altar es cuando al final se cae en cuenta de la gran responsabilidad que conlleva, e inevitablemente llegan a la mente las palabras y cuestionamientos hechos días antes de la boda por el padre en el levantamiento del expediente matrimonial: “si se está casando por propia convicción y sin presión alguna, si se comprende que como católico el matrimonio es para toda la vida, y que uno se compromete a educar fielmente a sus hijos en la Fe y demás situaciones comprometedoras…” En ese momento comienza una verdadera emoción indescriptible que se mezcla muchas veces con el miedo, pero que el Señor hace que poco a poco se transforme en seguridad y confianza. Que Él estará ahí en cada momento.

Vale mucho la pena -y lo aconsejo- el oírse a uno mismo diciendo algún tiempo atrás: «… Yo te recibo a ti, como esposa y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida…», para darse cuenta que te estas casando no para ser feliz, sino para hacer feliz a la otra persona. Como lo dice el Papa Francisco en su encíclica Lumen Fidei: «… Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada.  La Fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos confía el misterio de una nueva persona…».

Mas allá de los comentarios propios y extraños que advierten que hay que prepararse para conocer realmente a otra persona cuando se convive a diario o de todos los  preparativos de lo que conlleva una boda, resultaría mucho más importante poner atención a las enseñanzas que la Iglesia da a una pareja que está decididamente enrumbada a comprometerse de una manera total  y también llamada al camino de la santidad. Esto se refiere a reconocer la importancia de un noviazgo bien llevado, que prepare el camino del amor constante en un tiempo ni largo, ni corto, sino prudencial y de la mano de Dios; de tener un guía espiritual que de preferencia también guie las charlas prematrimoniales, de establecerse y casarse en la parroquia donde crecerán como matrimonio y según Ricardo Ruvalcava, procurando vivir las 3 «D» : Dios + Dialogo + Detalles.

En el futuro quiero ser lo mejor, tanto para mi esposa y mis hijos, como para la sociedad y sé que la fuerza necesaria para lograr ser perseverante, fiel y amoroso es recordar que en cada uno de los instantes más difíciles que se superaron, Dios nos concedió bajo su bendición, ayuda y providencia… el enamorarme día a día de mi esposa como en aquel primer año de casados.

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