Ser generoso ¿yo?

Por: Laura Morataya | El Salvador

La generosidad

Bien dicen algunas personas que no hace falta un gran momento para hacer grandes cosas…

Es muy común en estos días ver personas viviendo en la calle, niños limpiando parabrisas en cada semáforo, ancianos pidiendo limosna y ciegos subiendo a los buses por unos cuantos centavos. Sin embargo, como estamos inmersos en ese ambiente, hemos llegado a verlo tan “natural” que ya no nos concertamos ni nos movemos desinteresadamente por el otro. Hemos perdido la virtud de la generosidad. Esta virtud humana ha dejado de practicarse debido al hedonismo de nuestra sociedad, donde lo que prevalece es el egoísmo y la comodidad.

Siguiendo la lógica de la definición de virtud, es decir, aquellos actos repetitivos que se realizan para buscar la perfección de una cualidad humana, no se puede dejar sin mencionar que la generosidad no se refiere a dar grandes sumas de dinero cada año, dar lo que nos sobra, regalar solo en Navidad o en fechas afines, sino que al contrario, esta virtud puede reflejarse en lo pequeño, en los detalles de cada día y con los más cercanos.

Ser generoso no es quedar bien. Ser generoso tampoco es recibir el doble de lo que se ha dado. Una persona generosa está pendiente de los demás por amor. Sabe darse sin límites.

Puede que al principio resulte un poco difícil. No siempre nos sentiremos contentos o cómodos cuando regalamos nuestro tiempo, talento o bienes. Sin embargo, la felicidad que viene después es incomparable con la entrega.

En mi círculo de amigas he escuchado decir que para ser generoso hay que esperar a que alguien llegue con alguna alcancía a pedirnos dinero o a que el vecino llegue a pedirnos la ropa que ya no utilizamos porque algún grupo hará alguna jornada social para pobres… Estos son actos que pueden pasar una, dos o tres veces al año. No está malo hacerlo. Sin embargo, la virtud es repetitiva. Si queremos crecer en generosidad, lo mejor es hacerlo todos los días. Es como la vida de un deportista. Este no se entrena solo unas cuántas veces al año, al contrario, no deja pasar ni un día porque puede perder la constancia.

Pero y entonces, si estos actos se nos presentan nada más una vez al año, ¿cómo podemos ser generosos? Fácil. Pensemos en dónde estamos. Una familia, con amigos, en el colegio, la universidad, quizás el trabajo, un vecindario, etc. Esos ambientes tan humanos en los que nos desenvolvemos son escenarios de grandes actos de generosidad. Por ejemplo, estar pendiente de que los demás estén mejor antes que yo, estar disponible para ayudar a mi hermanos aunque ellos no me lo pidan, recoger algo que yo no he tirado, compartir mi tiempo escuchando a alguien, compartir con una sonrisa aunque no sea de mi agrado, , entre otros.

Una amiga me contaba un día que para ser generosos también hay que ser creativos. “Es quitarse los ojos del yo para ponerlos en el tú”, me decía. Ella siempre anda un paquete de galletas en su carro. Cuando alguien se le acerca para pedirle dinero, saca una galleta y se la regala. “Ese es el primer paso”, concluyó.

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