La dura lucha de la defensa de la vida

Por: Roberto Leiva | El Salvador

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Un camino elegido de forma libre, sin imposiciones y con mucha convicción.

Defender la vida nunca ha sido fácil. Pero en la actual coyuntura, es complejo día a día sostener la idea, y la convicción, no porque surja la duda, sino por el compromiso grande de entender que uno se debe al derecho más precioso.

La firme decisión de luchar por la vida, lejos de desgastar, fortalece el espíritu. Encontrar en su mayoría opiniones de todo tipo abonan al imaginario de defensa de la vida. Con todo tipo de visiones, es complicado concluir, pero sano hacerlo.

He tenido la oportunidad de leer frases como: «Aborto por la vida», «Educación sexual para el desarrollo», y hasta «Tortura sexual». Encontrar la coherencia en cada en de una de las definiciones de estos términos o ideas, se me hace imposible.

La primera frase, evoca rotundamente al derecho de la mujer sobre su vida, y en ningún momento por la del ser humano no nacido. No hay discusión sobre esto. Cualquier otra interpretación buscará inútilmente desviar la mirada o confundir, pero menos, informar. La segunda, tiene un contenido más denso, e involucra muchas variables e innumerables escenarios, pero todas al final, llegan a un mismo destino: la no protección total del no nacido. La tercera, la retomo de una columna que recién vi sobre penalización del aborto, la cual me pareció muy lamentable. Esta frase es en la que me quiero detener y ampliar solo un poco.

El ser humano es un ser emocional por naturaleza. Es un tema inherente a nuestra vida. Nadie está exento de las emociones, a excepción de casos específicos y clínicamente comprobados. Sin embargo, para el pleno desarrollo en todos los ámbitos, el control sobre las emociones es básico. El control no es un estado al que se llega, sino una acción que se debe mantener para siempre, aunque suene poético.

La «tortura» a la que las mujeres son sometidas en este país por no poder abortar libre y gratuitamente, me sigue pareciendo muy lamentable para quienes defienden se les otorgue el mal llamado «derecho». Los derechos sexuales y reproductivos que tanto reclaman, realmente no tienen razón de ser. Mas bien, contribuirían inequívocamente a un escenario donde no se respete aún más la vida del no nacido.

Hablan de educación sexual en la adolescencia y pese a que intentan abarcar muchos temas lejos de promover conciencia, promueven anticonceptivos en una «espesa y gran variedad» que al final no resuelven nad, y por mucho, dañan la integridad física y psicológica de quienes los utilizan.

Indican como «derecho», a que las menores de edad reciban anticonceptivos y a que se respete sus «sexualidad activa». La promiscuidad que reclaman para la mujer, solo la vuelve objeto del placer del hombre sin escrúpulos y después se queja de él, que no les da su lugar como mujer. Verídico. Por otra parte, el discurso de que los dogmas religiosos son una prisión y una tortura para quienes defienden los derechos sexuales y reproductivos está bastante gastado.

Desde la ciencia se les insiste que hay verdades físicas y químicas irrefutables, pero culpan a la religión todo el tiempo, porque no tienen otro camino, porque saben que los recursos de la mentira son limitados, y su única oportunidad para lograr su miserable objetivo es repetirlos una y otra vez.

El holocausto que viven millones de no nacidos a diario por la cultura de muerte que hay en el mundo es abominable. Si a eso llaman desarrollo, noto que la involución de pensamiento está muy presente en quienes se empeñan a promover dicha visión.

Tildarnos de hiperreligiosos y más, solo es una maniobra trillada para intentar desvirtuar nuestra misión en defensa de la vida.

Orgulloso de ser provida, es reconocer el respeto al derecho que es piedra angular de los demás, sin importar credo, raza o religión. Ni su servidor, ni esta organización cederán en la defensa de la vida y en especial de la del no nacido. Inocente, indefenso y cero responsable del horroroso manejo de emociones, decisiones y concepción de respeto de quienes lo conciben «inesperadamente».

Los no nacidos no son ni serán culpables nunca  de la pésima administración que hacen de sus vidas los progenitores.

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