La dictadura del relativismo y la lucha por la verdad

Por: José María Alba | México

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¿Existe la verdad?

Esta, sin duda, es una de las grandes preguntas que persiguen al hombre a lo largo de su vida y desde que la humanidad existe en la faz de la Tierra. Ha sido motivo de grandes descubrimientos, pues, siguiendo su rastro a lo largo de la historia, el hombre ha descubierto la medida de las cosas y su propia talla frente a ellas.

Boecio la define como «la adecuación de la mente a la realidad», es decir que cuando nuestra mente es capaz de fijarse una imagen concordante con la realidad, hemos encontrado la verdad. Y es muy cierto, pues la realidad es algo tan llano y claro, que no admite negaciones ni rodeos para evitarla. Es lo que es, independientemente de opiniones de quien sea. Puedo yo negar hasta el cansancio que un veneno hace daño. Puedo incluso enseñarle esta idea a otros, hacer leyes que me avalen o que los científicos (si logro comprar su objetividad) concuerden conmigo, pero la verdad es que si tomo veneno me hará daño, me guste o no. Es algo con lo que hay que vivir, por eso, es mejor hacerme a la idea de que las cosas son así. Esto supone adecuar mi inteligencia y alinear mi voluntad a actuar en consecuencia: no debo beber veneno si quiero vivir sano.

Se dice de la verdad que es la propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna. Es decir, de ser constante a pesar de los cambios. Claro que esto no quiere decir inactual, pues la verdad siempre es una y lo es a pesar del tiempo o de las costumbres. Y decimos que permanece sin mutación alguna, porque la realidad, que le da sustento no puede ser cierta y no cierta a la vez. No se puede existir y no existir al mismo tiempo, de la misma forma y en el mismo lugar. Esto nos permite construir, no sólo nuestro mundo, sino el conjunto de normas que podemos percibir después de reflexionar sobre la realidad. Si no existiera la verdad, no podríamos tener punto de partida o bases para iniciar, porque nadie puede iniciar algo desde el vacío ni puede construir algo sobre la nada.

También se dice que cuando hablamos con la verdad, existe una conformidad de lo que decimos con lo que sentimos o pensamos. ¡Claro! Quien actúa de manera diferente a como piensa o siente es alguien en quien no se puede confiar para establecer relaciones, pues éstas se basan en gran medida en la confianza que da el saber que la persona en la que deposita uno su confianza es auténtica, sin doblez, que sabemos qué esperar de ella en todo momento. Esto no quiere decir, predecible, sino más bien, que se puede uno fiar de que esa persona no hará con su libertad (sin saber qué hará) algo que nos haga daño o perjudique nuestros intereses personales o de la colectividad (bien común).

Alguien más dirá por ahí, que la verdad es aquella propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna. Lo cierto es que nadie quiere algo que sea impredeciblemente cambiante para establecer algo duradero que dependa de la cosa en cuestión. A los hombres nos gusta (porque nos hace sentir más seguros) poder depositar nuestra confianza en aquello que no cambia, porque a mayor certeza de inmutabilidad, más podemos confiar en la cosa. Si yo dudara que los ladrillos de mi casa van a ser ladrillos durante, por lo menos, el resto de los días que viva, no construiría mi casa con ellos. Hay mucho en juego: mi vida y la de las personas que amo, además de mi seguridad económica y emocional.

Finalmente y a mi parecer, una definición muy certera de verdad dice que es un juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. Es un principio tan evidente, que no se requiere ser demasiado inteligente para poder entenderlo y adoptarlo con plena confianza en el sistema de creencias propio. Por ejemplo, es tan evidente que no puedo estar exactamente en el mismo lugar y al mismo tiempo sentado en la silla en la que está mi hermano, que hemos inventado el nombre de Principio de la Impenetrabilidad de la materia para describir algo evidente, pero que si no tenemos claro puede haber problemas: o se quita él o no podré sentarme.

¿Es posible vivir negando la existencia verdad sin que esto suponga consecuencias?

¿Es posible negar la verdad? Efectivamente, es posible. Pasa todo el tiempo en nuestro mundo actual. Desde que el racionalismo francés tuvo la arrogancia de querer entender toda la realidad a través de la razón (error garrafal, porque la realidad es demasiado compleja para poder aislarla y estudiarla en laboratorio para después entenderla) y tuvo que volver a casa desilusionado por no poder asimilar esta derrota, en su tristeza por este fracaso y con su ego maltratado, prefirió negar la existencia de la verdad. Es decir, ya que para nuestro ego es intolerable la idea de que no podemos entender la realidad con nuestra mente, lo mejor será negar que sea posible para toda persona entenderla. Si nadie puede entenderla, entonces no se puede dar jamás esa adecuación de la mente a la realidad de la que habló acertadamente Boecio. Luego entonces, si la verdad no existe, lo más sensato sería no preocuparse más por ella y mejor preocuparse por cómo vivir la vida.

Aquí le surge la duda al autor de esta reflexión sobre si el proverbial “Carpe Diem” no fue mal interpretado para este efecto y terminó por referirse a un «vivir cada momento en función de que los sentidos, de tal manera que aquellos entreguen al hombre la “felicidad” que la sequedad de la vida cotidiana no da», en lugar de «vivir la vida con excelencia, estando en lo que se está, concentrado, haciendo lo que se deba de hacer, sin distracciones, entregado plenamente, dando lo mejor de uno, en fin: vivir de tal modo cada momento que éste pueda ser fecundo, para así vivir una vida productiva».

Entonces si la verdad no existe, todo se reduce a que la manera que cada quien escoja para vivir porque así le conviene es la mejor. Si se niega cualquier referente, entonces no hay nada a qué apelar para darse idea del tamaño, peso, color o moralidad de las cosas. Entonces algo que puede ser rojo para mí, para alguien puede ser verde y algo que puede ser malo para mí, para alguien puede ser bueno. Es en ese momento en el que empezó a privar como un valor mayor la libertad sobre la verdad y a partir de allí sería proscrito quien se atreva a imponer la dictadura totalitaria de la verdad. Pero… ¿la verdad es una dictadura totalitaria? En principio, la verdad es absoluta, de modo que por ser un bien en sí misma, el ponerla como eje rector de todo no implica un totalitarismo que atente contra la dignidad del ser humano.

Volviendo a la pregunta, ¿si negamos la verdad no habrá consecuencias de esta negación? La respuesta es no. Es imposible. Si seguimos la definición de que la verdad es la adecuación de la mente con la realidad, podríamos decir que la verdad es como un mapa que hacemos al observar la realidad en cuanto a características geográficas de un lugar para tener una referencia para nosotros y los demás, de modo que si nuestra mente olvida estas características, estén registradas en este modelo a escala para consultarlas cuando necesitemos. Este mapa tendrá que ser una enunciación fiel de la realidad, pues de otro modo perderá su utilidad. Aquí pueden haber opiniones en cuanto a la forma en cómo lo podemos hacer, sin embargo no caben opiniones en cuanto a la información que contiene el mapa. Por más que no estemos de acuerdo con poner un río en el mapa, si queremos que este mapa sirva para lo que fue diseñado, tendremos que agregarlo de modo fiel para que quien tenga en su poder el mapa pueda actuar en consecuencia y no caiga al mismo. Puede o no gustarnos la idea de poner el río, pero lo cierto es que la realidad da testimonio de que ese río existe y si no queremos hacer un mal a las personas que usen este mapa, tenemos que ponerlo. Aquí está el meollo del asunto: si la verdad se niega, no sólo se hace daño quien la niega, sino que además, puede causar daño a quien confíe en él al usarlo. Lo mismo con un revólver cargado: yo puedo mentirle a un niño que quiera jugar con él, diciéndole que no está cargado y el resultado puede ser catastrófico para él, para mí o para más gente. Es entonces cuando entendemos que, es responsabilidad de todos el buscar la verdad y darla a conocer a los demás. No solo es una responsabilidad, sino que además es un acto de misericordia. Por ello podemos entender que, quien encuentra la verdad y la difunde, está acercándose a grandes zancadas hacia lo que se dice ser bueno. Porque el conocer la verdad nos permite saber en qué punto de la realidad nos encontramos y después de una rigurosa comparación podremos posicionarnos donde debemos estar dentro del orden universal (mismo dentro del cual la realidad nos acoge). Siguiendo este razonamiento, podemos concluir que no conocer la verdad es una catástrofe y ocultarla dolosamente a los demás no puede ser menos que culpable.

¿Puede el relativismo suprimir la libertad?

Sin duda. El verdadero concepto de libertad (poder elegir lo objetivamente mejor para sí mismo), no el suplantado por el de libertinaje, puede ser suprimido si la opinión prima sobre la verdad. ¿Por qué? Porque quienes no estén dispuestos a ver torcida la verdad por el paradigma del relativismo se expresarán y la dictadura del relativismo tendrá que hacerlos callar. Al no haber un eje rector al que la sociedad se aferre para no tambalearse, ésta caerá en varios errores, errores en los que la dignidad de los ciudadanos se verá atropellada. Sin ningún referente, el ser humano se desorientará y hará lo que le parezca (subjetivamente) que es lo mejor. Si alguien quiere expresarse en contra de su modo de comportarse, aunque este sea objetivamente dañino, deberá ser censurado porque la libertad es más importante que la verdad.

Es entonces, cuando hemos llegado a la Dictadura del Relativismo. Este concepto fue acuñado por el cardenal Joseph Ratzinger. Él se refiere al mismo en estos términos: «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias». Y es que, al negar que pueda existir algo definitivo como la verdad, se cae simplemente en el abandono del diálogo como posible camino para alcanzar la verdad sobre la que construir las bases para la convivencia de los seres humanos. No habiendo verdad, cualquier punto de vista puede ser válido y bueno y por lo tanto el querer llegar a un acuerdo para la convivencia basado en la verdad es una imposición por donde se vea. Dará lo mismo quitar del camino a quien nos estorbe en nuestra búsqueda personal de saciar nuestros deseos. Esto justificaría asesinatos, abortos, violaciones, pederastia, sodomía, uniones civiles entre homosexuales y lo que siga o adopción por parte de homosexuales. Todo sería permitido con tal de no contravenir las opiniones de nadie, porque en un mundo en el que se niega la verdad, la nueva religión es el relativismo y lo más sagrado es la opinión de cada quien. A simple vista podemos darnos cuenta de la aberración que esto sería.

Si el relativismo llega a reinar, sucederá que el decir la verdad será proscrito y quienes lo hagan serán perseguidos, siendo llamados intolerantes, porque la tolerancia es el valor supremo dentro del sistema de creencias del relativismo. Esta tolerancia no es para con el ser humano, porque esto sería adecuado. Lo que se exige en esta tolerancia mal entendida es un solape, es una mentira y es un ataque en contra de la verdad, de la racionalidad y de la realidad misma. Exige complicidad con la irracionalidad, de modo que no se pueda emitir ningún comentario que pueda hacer observaciones negativas sobre el mal comportamiento que se llega a tener.

Sabiendo lo dañina que es, se impone la necesidad de luchar contra ella para combatir los errores que provocarán sufrimiento en la humanidad y pérdidas muy lamentables de seres humanos. Coexistir con algo tan dañino como la negación de la verdad no se puede ser otra cosa que una complicidad, por el daño que esto supone para todos. En este punto en que es necesaria una respuesta categórica de parte de todos para poder salvar a quienes van a caer en las garras del error no hay medias tintas: o se actúa o no se actúa, o se habla o no sea habla. Todos seremos responsables de lo que hablemos o no hablemos y de lo que hagamos o no hagamos porque al final, no hablar es hablar y no actuar es actuar.

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