El verdadero debate tras el aborto

Por: Raúl Madrid | Chile

Tematicas aborto

¿Qué pensaría usted si cualquier día de estos alguien propusiera debatir la posibilidad de matar a los indígenas (o a los inmigrantes alemanes, para efectos del ejemplo da lo mismo), aduciendo un conjunto razonado de argumentos? Imagínese incluso que hasta los partidarios de los derechos de los afectados estimaran que es un debate “saludable”, que “le hace bien a la democracia”, o que la sociedad “es mejor” por acoger todas las posiciones. Probablemente estos espontáneos serían ejecutados digitalmente, y es muy posible que también en la realidad, al menos, en el ámbito de la esfera pública. Como mínimo, terminarían sancionados por incitar a la comisión de un delito (sin contar el máximo rigor de la ley de no discriminación), y víctimas del desprecio y del rechazo de todos los ciudadanos.

No me cabe duda alguna de que esta reacción estaría muy bien, por cuanto la sugerencia de eliminar a un grupo humano, cualquier sea su edad, sexo, raza o condición es repudiable y contraria a los bienes y valores de nuestra cultura, que afirma poner a los derechos humanos en el centro de la dignidad pública.

Entonces, si mi ejemplo escandaliza -con razón- a cualquier lector, ¿por qué misteriosa inconsecuencia un sector de la sociedad aparece defendiendo una ley destinada a despenalizar el asesinato de niños en el vientre materno, usando el aparato estatal, encima, y gran parte de la opinión pública actúa como si se discutiera el nombre de una calle? ¿Es normal esta propuesta, es parte del discurso público aceptable? Por supuesto que no. Algo ha debido pasar en nuestra sociedad para que hayamos creído que podemos proponernos siquiera la idea de legislar contra un grupo de personas, en este caso, personas cuya condición en común es no haber nacido todavía.

El problema es que si aceptamos, si dejamos pasar que esta posibilidad de terminar con la vida de cualquier clase de seres humanos sea un debate posible, un debate viable en el ámbito público, después vendrán otros. Vendrá el de los enfermos, el de los viejos. Vendrá el de los dementes, y el de los conglomerados improductivos (como proponía una parlamentaria brasileña hace un tiempo: matar a los pobres). Y vendrá también el de los niños recién nacidos -como ya han propuesto en Canadá y en Inglaterra-, bajo la descabellada distinción entre personas y seres humanos, concluyendo que los padres tienen la capacidad jurídica para terminar con la vida del niño una vez separado de la madre. Hasta que un día vendrán por nosotros, como diría Brecht, pero entonces ya será tarde.

Todavía estamos a tiempo, me parece. Todavía tenemos esperanza de enmendar el rumbo. En el debate sobre el aborto nos estamos jugando mucho más que la vida de esas pobres criaturas indefensas y a merced de nuestras veleidades: nos estamos jugando nuestro propio futuro como sociedad íntegra y decente y duradera; nos estamos jugando, al fin, nuestra propia vida, porque si alguien cree que, por alguna razón, puede disponer de la vida de otro inocente, todos estamos en peligro.

 es Catedrático Pontifica Universidad Católica de Chile

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